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El miajón de los castúos, de Luis Chamizo.

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El miajón de los castúos, de Luis Chamizo.

LA NACENCIA

I

Bruñó los recios nubarrones pardos

la lus del sol que s´agachó en un cerro,

y las artas cogollas de los árboles

d´un coló de naranjas se tiñeron.

A bocanás el aire nos traía

los ruídos d´alla lejos

y el toque d´oración de las campanas

de l´iglesia del pueblo.

Ibamos dambos juntos, en la burra,

por el camino nuevo,

mi mujé mu malita,

suspirando y gimiendo.

Bandás de gorriatos montesinos

volaban, chirrïando por el cielo,

y volaban pal sol qu´en los canchales

daba relumbres d´espejuelos.

Los grillos y las ranas

cantaban a lo lejos,

y cantaban tamién los colorines

sobre las jaras y los brezos,

y roändo, roändo, de las sierras

llegaba el dolondón de los cencerros.

¡Qué tarde más bonita!

¡Qu´anochecer más güeno!

¡Qué tarde más alegre

si juéramos contentos!…

– No pué ser más- me ijo- vaite, vaite

con la burra pal pueblo,

y güervete de prisa con l´agüela,

la comadre o el méico -.

Y bajó de la burra poco a poco,

s´arrellenó en el suelo,

juntó las manos y miró p´arriba,

pa los bruñíos nubarrones recios.

¡Dirme, dejagla sola,

dejagla yo a ella sola com´un perro,

en metá de la jesa,

una legua del pueblo…

eso no! De la rama

d´arriba d´un guapero,

con sus ojos roendos

nos miraba un mochuelo,

un mochuelo con ojos vedriaos

como los ojos de los muertos…

¡No tengo juerzas pa dejagla sola;

pero yo de qué sirvo si me queo!

La burra, que rroía los tomillos

floridos del lindero

carcaba las moscas con el rabo;

y dejaba el careo,

levantaba el jocico, me miraba

y seguía royendo.

¡Qué pensará la burra

si es que tienen las burras pensamientos!

Me juí junt´a mi Juana,

me jinqué de roillas en el suelo,

jice por recordá las oraciones

que m´enseñaron cuando nuevo.

No tenía pacencia

p´hacé memoria de los rezos…

¡Quién podrá socorregla si me voy!

¡Quién va po la comadre si me queo!

Aturdio del tó gorví los ojos

pa los ojos reondos del mochuelo;

y aquellos ojos verdes,

tan grandes, tan abiertos,

qu´otras veces a mí me dieron risa,

hora me daban mieo.

¡Qué mirarán tan fijos

los ojos del mochuelo!

No cantaban las ranas,

los grillos no cantaban a lo lejos,

las bocanás del aire s´aplacaron,

s´asomaron la luna y el lucero,

no llegaba, rondo, de las sierras

el dolondón de los cencerros…

¡Daba tanta quietú mucha congoja!

¡Daba yo no sé qué tanto silencio!

M´arrimé más pa ella;

l´abrasaba el aliento,

le temblaban las manos,

tiritaba su cuerpo…

y a la luz de la luna eran sus ojos

más grandes y más negros.

Yo sentí que los míos chorreaban

lagrimones de fuego.

Uno cayó roändo,

y, prendío d´un pelo,

en metá de su frente

se queó reluciendo.

¡Que bonita y que güena,

quién pudiera sé méico!

Señó, tú que lo sabes

lo mucho que la quiero.

Tú que sabes qu´estamos bien casaos,

Señó, tú qu´eres güeno;

tú que jaces que broten las simientes

qu´echamos en el suelo;

tú que jaces que granen las espigas,

cuando llega su tiempo;

tú que jaces que paran las ovejas,

sin comadres, ni méicos…

¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,

con lo que yo la quiero,

siendo yo tan honrao

y siendo tú tan güeno?…

¡Ay! qué noche más larga

de tanto sufrimiento;

¡qué cosas pasarían

que decilas no pueo!

Jizo Dios un milagro;

¡no podía por menos!

II

Toito lleno de tierra

le levanté del suelo,

le miré mu despacio, mu despacio,

con una miaja de respeto.

Era un hijo, ¡mi hijo!,

hijo dambos, hijo nuestro…

Ella me le pedía

con los brazos abiertos,

¡Qué bonita qu´estaba

llorando y sonriyendo!

Venía clareando;

s´oïan a lo lejos

las risotás de los pastores

y el dolondón de los cencerros.

Besé a la madre y le quité mi hijo;

salí con él corriendo,

y en un regacho d´agua clara

le lavé tó su cuerpo.

Me sentí más honrao,

más cristiano, más güeno,

bautizando a mi hijo como el cura

bautiza los muchachos en el pueblo.

Tié que ser campusino,

tié que ser de los nuestros,

que por algo nació baj´una encina

del camino nuevo.

Icen que la nacencia es una cosa

que miran los señores en el pueblo;

pos pa mí que mi hijo

la tié mejor que ellos,

que Dios jizo en presona con mi Juana

de comadre y de méico.

Asina que nació besó la tierra,

que, agraecía, se pegó a su cuerpo;

y jue la mesma luna

quien le pagó aquel beso…

¡Qué saben d´estas cosas

los señores aquellos!

Dos salimos del chozo,

tres golvimos al pueblo.

Jizo dios un milagro en el camino:

¡no podía por menos!

*

*

*

*

SEMANA SANTA EN GUAREÑA

I

Eja que lo cuente

como sé de maña,

qu´en jamás jue´l muchacho pal pueblo

po Semana Santa.

y endispués que lo iga, ya puedes

endigale en las cosas cristianas

y enseñale bien el Catecismo

pa que no barbarice a sus anchas.

Cuéntalo, muchacho; ¿qué pasa pol pueblo

por Semana Santa?

– Pos verá osté, padre, pasan muchas cosas;

yo no sé si sabré yo explicalas:

anti to, lo qu´a mí más me gusta

son las pruseciones: ¡qué cosa más maja!:

unas parigüelas mu grandes, mu finas,

mu bien jatiadas,

y en lo arto una Virgen mu moza,

mu güena, mu santa,

qu´asín me lo ician tós los que pol pueblo

la prusecionaban.

Iba mucha gente,

con velas mu largas,

en dos carrefilas po los enceraos

pa dale compaña;

y en medio curas y tamién ceviles

con las escopetas a la funeraria,

por si alguno de mala nacencia

juera osao en llegar a insultala.

¡Qué Virgen más güena, qué Virgen más moza,

qué Virgen más santa!…

Al pasá po la casa e los ricos,

¡pumba!, s´encendían toás las luminarias,

y cantaban los mozos cantares,

esos cantarcinos que pol pueblo andan,

que agora es la möa,

que hacen gorgoritos y hacen mojigangas

como los triníos de las golondrinas

que mus espabilan cuando viene´l alba,

y al pasá po la casa e los probes,

tamién había luces dando luminaria:

luces de pitrolio qu´apagab el aire;

quinqueses, candiles en tóas las ventanas,

que paecían relamiase de gusto

al pasá la Virgen elante e su casa.

Y pa mí qu´a Ella no debía gustale

la lus elertrina pa que l´alumbrara:

¡la lus elertrina, tan seria, tan fosca,

con sus alambraos y sus maquinarias,

y con sus celipas y con sus tornillos

que d´un gorpe encienden y d´un gorpe apagan!

¡La Virgen, la Virgen!… Ella dende arriba

de las parigüelas que la porteaban,

lo mesmo a los ricos, lo mesmo a los probes,

a tós los miraba con la mesma cara;

y.., ¡qué corci! a mí me paecía

qu´a nusotrso mejó nos miraba,

paeciendo icirnos

con aquellos ojos cuajaos e lágrimas:

«¡Peirme, muchachos,

peirme con gana,

pa que Dios sus conceda a vusotros

lo que os jaga falta!»

Y yo l´he peïo

a esa Virgen tan güena y tan santa,

a esa Virgen que ya no m´acuerdo

cómo la mentaban,

qu´aremate mu pronto esta guerra

y que pare e llover, porque´l agua,

que mus quita trebajo a los probes,

está jorobando toita la senara.

¡Yo no sé que será de nusotros

como siga metio´l tiempo en agua,

y en Melilla sigan los hombres mandones

trillando la granacias!…

Y el pan n´ha subio, gracias al alcarde,

qu´a los panaëros ha tenío a raya,

qu´es presona de mucha concencia,

que mus dio trebajo a tós en la praza.

¡Ay, padre; qué güenos que son los señores

cuando icen a seglo con gana!

Tós los del casino de nuestro partío

le daron limosna a to´l que llegaba,

y sin destinciones, y sin miramientos,

juera gente suya o juera contraria.

II

Yo tamién me gusta

la Semana Santa,

por sus comilonas

llenas de durzainas.

Muchos platos, muchos,

ca uno de su casta,

porque pa estos días,

agüela Tomasa,

ha mercao unos peces mu grandes,

más grandes que carpas,

que se pescan mu lejos, mu lejos,

más allá e Zafra,

y que saben d´un modo más rico

que los que se pescan en el Guadiana.

¡Chacho!, qué potingues, y cuántos guisotes,

y cuántas cosinas, y cuántas durzainas

pa ponerse jartete y pa dirse

a los morumentos pa vé las muchachas.

¡Chacho!, qué jorgorio hay en las tinieblas

en cuanto las últimas candelas s´apagan.

Yo di matracazos

con la mi matraca,

y arrimé silbíos

que naide arrimaba.

Y no era yo solo; que tós los muchachos

jacían lo mesmo metiendo bullanga;

porque mus dijera la señá Colasa

qu´hay que meter bulla

pa que los diablillos del Santo se salgan,

porque tienen töavía la querencia

d´hacer perrerías con la gente santa

y atizá zurriagazos al Cristo

qu´en aquellos tiempos le crucificaran.

III

Yo tamién lo qu´a mí más me gusta

es cuando se juntan dambos en la praza,

la Virgen aquella y el Resucitao.

¡Chaco, qué estrumpicio cuando me la estapan!…

Al bori sin bori, prencipian los curas,

y tlon, tlon, tolón, tolón, toitas las campanas,

y tachinda, chinda, tós los del Pulío,

y las escopetas jarriando descargas,

y… estas cosas padre, no son pa contao,

no son pa explicalas,

tié osté qu´ir otro año pa velas,

tié osté qu´ir con mi madre y mi hermana,

pa enterase de toas las cosinas

que pasan pol pueblo por Semana Santa.

*

*

*

*

LA JUERZA D´UN QUERÉ

I

Jue´n la joya de las Torbiscas una siesta,

cuando´l sol achicharraba;

una sieta qu´entumía los sentios

el bochorno de la calda;

sin arrullos de las tórtolas

ni continos sonsonetes de chicharras,

sin triníos de cogutas

y sin roncos gurrapeos de las ranas;

una siesta pa dormía baj´un chopo,

panz´arriba, junt´al agua.

Tan siquiera

los oídos barruntaban,

con la zumba de los negros moscardones

y las negras telarañas,

chorrear los goterones derretíos

de la pringue de las jaras.

En un claro de la joya las Torbiscas

está Blas, el de la Juana,

mesmamente, de cluquillas, currucao

al sombrajo d´unas matas,

con la boca mu abierta

y los ojos encendíos como brasas.

Junt´a Blas están, cansinos y moörros,

los borregos que le jorman la pïara,

y a la vera los borregos, dos mastines

con dos bocas que se páecen a dos fraguas

po su recio resoplá como los fuelles

y sus lenguas colorás como las llamas.

Blas recorta con cudiao

los canutos d´una caña,

porque Blas quiere jacé con los canutos

una flauta,

pa de noche, con la luna,

dir a dá su serenata

junt´al chozo donde duerme

Rosarillo, la zagala:

una moza con los ojos más oscuros

qu´una noche de borrasca,

más alegre que la risa

d´un regacho d´agua clara

y más güena que la Virgen de las Cruces,

la patrona de las fiestas de la Raza.

II

Con los pelos desgreñaos,

con los ojos escocíos po las lágrimas,

medio loca por el mieo,

revolando los jarones de las sayas,

trompezando, dando brincos, dando voces

que retumban en las sierras solitarias,

va corriendo pa la joya las Torbiscas

Rosarillo, la zagala,

y detrás de Rosarillo va la loba,

una loba echando babas,

con los ojos de carbuncos encendíos,

con el jopo entre las patas,

esgarrando a dentellás las chaparreras

po la juerte calentura de la rabia.

Naide acude de las sierras de l´umbria,

naide viene a socorrer a la zagala;

ya la probe, ni gañir pué tan siquiera

y s´ajoga bajo´l sol que l´achicharra.

Páecen muertas las laëras de los cerros,

y las joyas d´al reor, y las barrancas.

Páecen muertos los pastores, los zagales,

los mastines y los borros y las cabras.

Jacezando va corriendo, ya cansina,

con los pelos desgreñaos, la zagala,

y, trotando detrás d´ella va la loba

con el jopo entre las patas.

Va la loba ya mu cerca, va tan cerca

que l´alcanza…

Al prencipio resonó com´un jiguero

qu´en la joya las Torbiscas canturrara,

y endispués como los trinos d´una mirla

que dijera sus quereles junt´al agua.

Era Blas que ya jormó con los canutos

una flauta,

y soplaba pa jacé con sus soníos

una durce serenata

pa qu´al son se le durmiera po las noches

Rosarillo, la zagala.

Algo asín como la vida que viniera

po los aires con el toque d´una flauta;

algo asín como la lumbre d´un relampago

qu´en la noche las negruras esgarrara

luminando las majás a los perdíos

en metá de la montaña,

jue la música de Blas pa la chiquilla

tan a punto que la loba l´alcanzaba.

D´un tirón saltó una peña;

y, al roär por la barranca,

dio un chillío; dio´l chillío de las tórtolas

bajo´l vuelo de las águilas;

un chillío qu´en la joya las Torbiscas

resonó como´l clarín d´una batalla.

Blas sintió qu´aquel chillío

l´esgarraba las entrañas,

y notó que de sus deos s´escurrían

poco a poco los canutos de su flauta.

Blas la vido, Blas la vido como loca

revolcase entre las zarzas,

y era ella, ¡era ella!,

Rosarillo, la zagala,

la que Blas tanto queria dende nuevo

sin icirle una palabra.

Lo mesmito qu´un jabato corralao

po los perros, entre medio de las jaras;

lo mesmito que la trompa d´un torrente

corre blas pa la barranca

donde viene ya la loba

con el jopo entre las patas.

Blas miró pa Rosarillo, de reojo,

y tiró por la navaja,

y se jue com´un alano pa la loba

qu´en un risco l´aguardaba.

Reguñendo como perros ajotaos

dieron güertas al reó d´una retama,

y endispués de cada güerta

s´encogían, s´aplastaban,

se miraban con los ojos encendios

como puntas de carbuncos jechos ascuas.

Eran dos lobos iguales en la juerza;

eran dos juerzas iguales en la rabia.

A la par s´abalanzaron dambos juntos,

s´estrujaron, s´enrearon con tal gana,

qu´escupíos, y mordíos y abrazaos

se jundieron entre medio d´unas zarzas.

Sólo Dios que dende arriba ve las cosas

que suceden en las sierras solitarias,

sólo Dios vido la riña cuerpo a cuerpo,

sólo Dios vido la lucha tan extraña

de la juerza de la rabia d´una loba

con la juerza del queré d´una zagala.

Ya no hay mieo, ya no hay mieo, la he matao,

dijo Blas cuando salió d´entre las zarzas,

esgarraos los carzones,

jecha cisco la zamarra,

jecho un charco po la sangre

que del pecho y la caëza le manaba.

ya no hay mieo, ya no hay mieo de la loba

la maté con mi navaja.

Ella vino despacito, sollozando,

s´arrimó sin dá la cara;

con la punta del mandil, jecho jirones,

premcipió a secá sus lágrimas.

– Eres juerte dijo entonces Rosarillo -.

¡Gracias!, ¡gracias!:

eres juerte y eres güeno

como el Cristo de las Aguas. –

Con la juerza d´un queré jondo, mu jondo,

que s´ajoga dentro´l alma,

Rosarillo, de repente, le dió un beso,

el primero qu´ella daba,

que tamién a Blas quería dende nueva

sin icirle una palabra.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . .

Blas reía, se reía lleno e sangre

con la risa d´un regacho d´agua clara.

III

En las noches del verano,

en las durces noches claras,

cuando tiemblan las estrellas

entre medio d´una luna´zul y branca,

y s´escuchan a lo lejos los cantares

de los grillos y las ranas,

algo asín com´un jilguero

qu´en la joya las Torbiscas canturrara,

algo asín como los trinos d´una mirla

que dijiera sus quereles junt´l agua,

se barrunta dende arriba de las sierras,

entre medio de los brezos y las jaras.

Es que Blas junt´a la choza donde duerme

Rosarillo, la zagala,

toca siempre, toás las noches,

los canutos de su flauta,

porque ice que se sueña su Rosario

toás las noches con la loba de la rabia,

y se duerme mu tranquila, poco a poco,

con el son d´aquella flauta;

y dormía se le ríe, se le ríe

con la risa d´un regacho d´agua clara.

*

*

*

*

LA VIÑA DEL TINAJERO

Dende arriba de la torre se diquela,

rellanao al meyodía y al socuello

de los jitos del jaral del Cerro Reondo,

el lucío plantonal del tinajero.

Endenantes jue la joya de los buitres

de los lobos y los cuervos

la colá que mus jormó Vardarenales

del regacho Laguadú pa más adentro;

más p´abajo de la sierra La Monea,

más p´arriba del llamao Colmenar Viejo,

más alante de El Porrillo

más atrás de Borrachuelo,

donde tos los cazaores acudían

con trompetas y con jacos y con perros

a la caza de cochinos jabalines,

de venaos y de cuervos.

Jue jorgorio bien sonao la ocurrencia,

jue la chufla de to´l pueblo;

era aquello esternillarse del risorio

al metese a labraor el tinajero

y queré plantá sus viñas

en la joya mesmamente de los cuervos.

Los redichos sabijondos se bulraron,

los catúos labraores sonriyeron

y alguien dijo que los lobos se reían,

ajullando dende lejos,

tan äina que guiparon los jañanes

qu´en presona derigía´l tinajero.

Prencipiaron a cavar los azaönes,

las piquetas en los jitos se j undieron,

calajozos arrasaron los jarales,

retumbaron en la joya los barrenos

y las jachas gortearon a mordiscos

chaparreras, alcornoques y guaperos.

Rechinaban las vilortas del arao,

y chasquía del tirón el clavijero,

y las yuntas jacezaban ya cansinas,

y süaban las peonás en los repechos

y las piedras daban chispa tan siquiera

s´arrimaban a la punta de los jierros.

Las jugueras del descuaje rechiflaban

con ferós chisporroteo

de chaparros y charnecas y coscojas

y hojarascas y juargazos y jelechos,

y al bullicio de los mozos que talaban,

y al zarpazo qu´estrumpían los barrenos,

y al relincho de las yuntas,

y a la juerte bocaná de los jumeros

y al rabioso reguñí de los jañanes,

y al rüio y al estrépito

s´ajuían los jabatos y los lobos,

y los gatos y las zorras s´ajuyeron;

escamaos se largaban los cochinos,

asustaos daban güertas los conejos,

y los sapos barrigúos qaiteaban

arrebusca d´un bujero

y hasta el jumo del descuaje, jecho un lio,

se subía en pelotones pa los cielos.

Los vilanos revolaban enfuscaos,

lobas madres acudian remetiendo,

tarantelas y ciempieses y alacranes

se cuadraban pa poner el rabo tieso,

y las víboras, colgás del azäuche

alargaban los pescuezos

pa jincale sus lengüetas jediondas

a los mozos qu´atizaban los jumeros.

Los tomillos y las jaras no cedían:

su raigambre no cedía con los jierros;

no cedían ni las lobas ni los buitres,

ni ciempiés ni el alacrán ni los escuerzos;

no cedían las chacotas ni las bulras;

no cedía´l tinajero.

Con la juerza de la juerza de reaños,

mu jinchaos al caló de sus adentros

po la jiel del jormiguillo de la rabia

qu´atizaban con sus chungas los del pueblo,

los peones descuajaban los jarales

de la joya de los cuervos.

Jue reñía la batalla con las lobas;

jue rabioso el rempujón del tinajero;

jue mu jonda l´arrañá de los araos,

jue soná la chamosquina por el pueblo.

Ya cedían los raigambres,

ya las lobas y las víboras cedieron,

ya mainó la cencerrá del estrumpicio

y dejaron d´echar jumo los jumeros.

Otros mozos allegaron con cadenas

y rayaron el majuelo,

y plantaron los olivos,

y jincaron en las joyas los sarmientos.

Se bulraban los señores, se reían

los castúos labraores d´estos pueblos:

y eran sabios los que äsina se bulraban,

y eran duchos los que asina se riyeron.

Endispués de que las yuntas reventaron,

las ovispas, los langostos, los conejos,

cigarrones, lagartijas y chicharras,

los murgaños y las liebres y los liebros

se cebaron en las cepas

y pelaron al arrape los sarmientos.

Los pastores que guardaban los ganaos,

mayorales, zagalillos y cabreros,

al notá la chifläura d´aquel hombre,

le decían dende lejos:

– ¿Quién te jizo campusino, desgraciao?

¿Quién te trujo pa estos cerros?

Güervete pa tu Sanroque deseguía,

güervete pa tus tinajas, tinajero.

Ajogao po la farta de pesetas,

con la juerte polvorilla de su genio,

cabezúo como naide

replantó la jondoná sin titubeos.

Jizo un carro pa que fueran las gallinas

arrebusca de langostos po los cerros.

Trujo guardas con garrotes y escopetas

pa la caza de las zorras y los liebros.

Puso piedras trompezando los regachos

y atajando las vereas puso cepos.

Jizo un jorno pa cochuras de ladrillos

y una casa pa tener allí un socuello.

Y allegaban po la noche las gallinas

con el buche bien repleto;

y atestaos los zurrones de los guardas

endispués del tiroteo,

y trjían los jañanes mancornaos

los gazapos en los dientes de los cepos.

No hay quien puea, se decían los pastores,

con el amo de la joya de los cuervos.

Los señores sabijondos,

labrores, mayorales y cabreros,

no contaron al prencipio del descuaje

con la juerte voluntá del tinajero.

El que jizo con el barro remojao,

en la ruea, sin más chismes que sus deos,

los pucheros, las botijas, los barriles,

los cacharros, las aczuelas, los barreños,

el que jizo las tinajas barrigúas

y endispués de cavilá tuvo el acuerdo

de los conos y los jornos encuadraos

y los chismes pa sacalos y metelos;

el que jizo que su nombre resonara

por la gran revolución de sus inventos

ondiquiera que las cepas dieran uvas,

muchas leguas en reondo de su pueblo,

no podía consentí que trompezara

su tesón qu´era más juerte que los jierros,

en los riscos, chaparreras y coscojas

de la joya de los cuervos.

Era sangre d´otras épocas su sangre;

sus agallas parecían d´otros tiempos;

era un hijo d´estas tierras, de la raza

de castúos veteranos extremeños.

Y trunfó de los que tanto se burlaron,

y trunfó de los que tanto se riyeron,

y las cepas dieron uvas

remojás con el süor del tinajero.

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

. . . . .

Lo mesmito que las mozas bien caseras

s´arrebujan con el garbo del pañuelo

pa naide l´adivine los salientes

pimpollinos sonrosaos de los pechos,

pos asín entre los pámpanos de raso

se cobijan con las uvas los uveros

mamantaos po la leche de la savia

que le chupan a las cepas los sarmientos.

Los olivos ya mocean, ¡los mocosos!

en sus largas carrefilas por los medios;

delgainos rechonchetes verdiales,

desgarbaos panfilotes cornezuelos,

ya se cargan del azahar como los grandes,

y presumen d´aceitunas como viejos.

El regacho Leguadú pasa cantando

cantarcinos y tonás que yo no entiendo,

y pa mí que se relambia del arrope,

que chorrean los plantíos del lindero.

Y hay en to Vardearenales alegría,

mimosinos canturreos

de graciosos titilillos,

chorovitas y jilgueros

que se dicen sus quereles entre rosas

colorás y paliuchas de los güertos,

y entre azahares de naranjos

y entre flores del almendro.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . .

Dende arriba de la torre se diquela,

más p´abajo del arroyo Borrachuelo,

más p´arriba de El Porrillo,

el lucío plantonal del tinajero,

qu´endenantes jue la joya de los buitres,

de los lobos y los cuervos.

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  • Antonio María Flórez Rodríguez
  • El Romanticismo
  • Antonio Hurtado Valhondo
  • Los humildes senderos, de Antonio Reyes Huertas.
  • Antonio Reyes Huertas
  • Ojos verdes, de Pilar Galán.
  • Pilar Galán
  • Pedro de Lorenzo
  • El miajón de los castúos, de Luis Chamizo.
  • Luis Chamizo
  • Luis Álvarez Lencero
  • Justo Vila
  • José María Gabriel y Galán
  • José Antonio Ramírez Lozano
  • José Antonio Gabriel y Galán
  • Gonzalo Hidalgo Bayal
  • Brujería, de Francisco Valdés.
  • Francisco Valdés Nicolau
  • Francisco Gregorio de Salas
  • Francisco de Aldana
  • Eugenio Frutos
  • Diego Sánchez de Badajoz
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