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Los humildes senderos, de Antonio Reyes Huertas.
Camino de los huertos iba y venía la multitud, en busca de los membrillos para la fiesta. Todo el camino era un cántico que apenas se percibía con el ruido de tantas músicas confundidas. Sones de tamboril y de flauta, y el ronco rumor de las vihuelas de cada grupo. Luego, al desembocar con las frutas en el ejido, un mismo cantar vibraba en los corros que le llenaban:
-¡Fiesta de los membrillos,
hoy hace un año
que los amores míos
escomenzaron.
Escomenzaron, niña,
escomenzaron,
fiesta de los membrillos,
hoy hace un año!
Toda la multitud, ya en las eras, comenzaron a deshacerse en grupos, buscando mozos y mozas parejas.
-¡Jala la bembrillá!
-Bembrillá por delante, bembrillá por detrás. ¡Jala la bembrillá!
Formaron mozos y mozas emparejados un cuadrilátero de a ocho por lado, y cada cual levantaba en la mano derecha un membrillo mostrándolo al frontero; si era moza, al galán, y si era varón, a su moza, entre advertencias y promesas de castigo. Luego sonó una palmada y la frase inicial para el movimiento:
-¡Jala la bembrillá!
Los membrillos comenzaron a danzar en el aire, despedidos con insuperable maestría. Formaban figuras caprichosas, arcos y aristas que se cruzaban como líneas de oro, describiendo fantásticas parábolas, y era un espectáculo interesante la contemplación de aquel juego inocente y habilidoso.
-¿Escomienza la carneja?
-¡La carneja va ya! ¡Jala la bembrillá!
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