Contenidos
Consuelo
Ver vida y obra de Adelardo López de Ayala

Fragmentos
ACTO PRIMERO: EN LA HUMILDE CASA DE CONSUELO, EN PRESENCIA DEL HONRADO PRETENDIENTE, FERNANDO, Y UN AMIGO DE LA CASA – EL TRAPACERO FULGENCIO- QUIEN ECHA EN CARA A AQUÉL NO HABER SABIDO APROVECHAR UNA FÁCIL OCASIÓN, AUNQUE FRAUDULENTA, PARA ENRIQUECERSE.
ESCENA VII. ANTONIA, FERNANDO, FULGENCIO Y RITA
(Rita entra en las habitaciones de Consuelo).
FULGENCIO.
¿Qué tal?
ANTONIA.
Bien.
FULGENCIO.-(Observándola).
Cierto alborozo
en su rostro resplandece,
y hasta la casa parece…
¡Oh! ¡Fernando!… ¡Guapo mozo!
(Se abrazan).
ANTONIA,
¿Y Facunda?
FULGENCIO
Cada día
más fuerte y más placentera.
Ya está vestida, y espera
a Consuelo.- Yo te hacía
en Granada.
FERNANDO.
Ahora he llegado.
FULGENCIO.
Sea enhorabuena.
(Dándole la mano).
FERNANDO.
¿De qué?
ANTONIA.
Pues… ¿quién le ha dicho?
FULGENCIO
Ya sé
que por tu nuevo trazado…
ANTONIA.
¡Ah!…
FULGENCIO.
Se rebaja el importe
de las obras, y haces graves
mejoras…
FERNANDO.
¿Conque ya sabes?…
FULGENCIO.
He andado la villa y corte
el triunfo que te enaltece
esparciendo y comentando.
Yo estimo mucho a Fernando,
señora.
ANTONIA.
Y él lo merece.
FULGENCIO.
Merecerlo…
FERNANDO.
¿No?
ANTONIA.
Vecino,
siéntese usted… (Se sientan).
FERNANDO.
¿Aún tu encono
subsiste?
FULGENCIO.
No te perdono
aquel grande desatino.
ANTONIA.
¿Cómo es eso? ¿Algún desliz?
FULGENCIO.
Sin su necia rebeldía,
a estas horas ya sería
feliz, pero muy feliz.
ANTONIA.
¿Feliz? Pues no me lo explico.
¿Tan desgraciado es ahora?
FULGENCIO.
No: quise decir, señora,
que fuera rico, muy rico.
ANTONIA.
¿Sí? (Mirando a Fernando).
FERNANDO.
Tiene razón Fulgencio.
ANTONIA.
Sepamos…
FULGENCIO.
Si es montaraz.
ANTONIA.
¿Y cómo?
FULGENCIO.
Usted es capaz
de prudencia y de silencio.
ANTONIA.
Diga usted. (Acercando la silla).
FULGENCIO.
En producción
estaba una rica mina,
cuando de pronto, vecina,
desapareció el filón.
Hubo alarma, desconsuelo…
Los trabajos se pararon,
y las acciones bajaron,
y bajaron hasta el suelo.
Yo supe, como he sabido
mucho de lo que hoy sucede,
que el filón estaba adrede
oculto, mas no perdido;
y que, en cambiando de mano
las acciones, se hallaría,
y el papel recobraría
todo su valor.
ANTONIA.
Es llano.
FULGENCIO.
Sin yo tomar parte alguna
en el plan, me vi delante
de esta ocasión. Cada instante
importaba una fortuna.
Compré por no malograr…
Mas como había para todos,
y yo busco de mil modos
la dicha y el bienestar
de mis amigos, que en eso
fundo mi gloria, a este chico,
con ansia de hacerlo rico,
le di cuenta del suceso.
Me fui a buscarle en persona,
y le hice mil reflexiones.
«En Barcelona hay acciones,
le dije; ve a Barcelona;
buscas, indagas, adquieres
cuantas hallares … ».
FERNANDO.
Es cierto.
FULGENCIO.
«Y gírame al descubierto
la cantidad que quisieses».
Todo por pura amistad;
pues de que él tomare o no
parte en el negocio, yo
nada sacaba.
FERNANDO.
Es verdad.
FULGENCIO.
Pues en cambio a mis finezas,
Casi me insultó.
FERNANDO.
No; exijo
la exactitud. Dije…
FULGENCIO.- (Incomodado). Dijo
simplezas sobre simplezas.
FERNANDO.
«Simple, tonto, majadero … »
es el premio que hoy anima
al hombre que más estima
su conciencia que el dinero.
Y el que pierde una ganancia
que todo el mundo desea,
¡hombre, por Dios! no se crea
que es por sandez o ignorancia;
pues aunque uno no sea diestro,
y aunque se dé mala maña,
de estas cosas ya en España
hay tanto, tanto maestro,
que en lo posible no cabe
que nadie a ciegas esté,
pues todo, ¡todo se ve!,
y todo, ¡todo se sabe!
FULGENCIO.
¡Hombre, que no te persuadas
de que no sabes vivir,
y que siempre has de salir
con notas desafinadas!
Si en aquello hubo maldad,
¿tú la hiciste? Estaba hecha.
FERNANDO.
El que calla y se aprovecha,
ya tiene complicidad.
Y aun yo, mi dulce Fulgencio,
cumplí a medias mi deber,
sólo a medias, con volver
la espalda y guardar silencio.
Viendo el engaño a ojos vistas,
debí atropellar por todo,
e informar de cualquier modo
a los pobres accionistas
de aquella estafa evidente.
FULGENCIO.
¡Estafa!
FERNANDO.
No: estoy conforme;
cuando la estafa es enorme,
ya toma un nombre decente.
Esto mi conciencia dice
que hacer debí.
FULGENCIO.
¡Bah! ¡Qué alarde
quijotesco!
FERNANDO.
Y de cobarde
o indolente no lo hice;
que nadie ya se conserva
libre de la influencia vil
de esta gangrena senil
que al que no pudre lo enerva.
FULGENCIO.
¿Ve usted?
ANTONIA.
Confieso, vecino,
que yo le escucho con gozo.
FULGENCIO.
Pues aplauda usted al mozo,
y para en San Bernardino.
Ustedes dos han tratado
a Ricardo.
FERNANDO.
Sí.
ANTONIA.
Lo he visto
en casa de usted.
FULGENCIO.
Bien quisto,
intachable, respetado…
pues le llevé tu desecho:
tomó acciones, y… ahí lo tienes:
no hay en Madrid unos trenes
más bizarros…
FERNANDO.
¡Buen provecho!
Él fue a Barcelona el día…
FULGENCIO.
Que te quedaste en Belén.
FERNANDO.
Pues no sabes tú muy bien
el ansia que yo tenía
de agenciar, de hacer carrera…
FULGENCIO.
Pues con tanta ceremonia…
FERNANDO.
Mas no era posible, Antonia,
que yo a mi novia ofreciera
fortuna cuyo cimiento
es…. ya sabe usted cuál es.
¿Ni cómo vivir después,
temiendo a cada momento,
si mi esposa se atavía,
y luce joyas y seda,
que alguno al mirarla pueda
decir «esa gala es mía»?
Si aumenta mis regocijos
un bien que el alma desea,
¿cómo sufrir que alguien crea
robado el pan de mis hijos?
ANTONIA.
¡Bien, Fernando!
FULGENCIO,
(¡Qué demencia!)
ANTONIA.
A tu santa madre oí.
FULGENCIO.
Pero hombre, ¿qué hablas ahí
de mujer y descendencia?
¿Te casas?
ANTONIA.
Sin duda alguna.
FULGENCIO.
¿Te casas sin darme parte?
FERNANDO.
Ya lo haré.
FULGENCIO.
¿Vas a casarte
antes de hacer tu fortuna?
FERNANDO.
En mi trabajo confío
ANTONIA.
Y… sobre todo, en el cielo.
FULGENCIO.
¿Y con quién?
Con mi Consuelo.
Ya Fernando es hijo mío.
FULGENCIO.
(¡Me luzco si me desmando!)
FERNANDO.
¡Es ella!…
FULGENCIO.
(¡Y… me hacen venir!…)
CONSUELO.
Vecino, a medio vestir… (Saliendo).
FERNANDO.
¡Consuelo!
CONSUELO.
¿Quién?… ¡Ah!… ¡Fernando!
(Retrocede como asustada, y se apoya
en una silla)
ACTO TERCERO: CONSUELO SE SIENTE VENCIDA POR SU AMBICIÓN, Y RECIBE EL CASTIGO MORAL DE VERSE ABANDONADA POR QUIEN PUDO SER SU SINCERO AMANTE Y LEAL MARIDO.
ESCENA VI
CONSUELO
Mal hice en mostrar enojos (Se sienta)
y el dolor que me provoca
a Fulgencio. ¡Si estoy loca!…
¡Si está fija ante mis ojos,
para hacerme enloquecer,
la causa de mi querella;
y veo aquel palco; y aquella
(levantándose)
desfachatada mujer,
y su orgullo satisfecho,
y su mirada imprudente,
y el brillo fosforescente
de mis joyas en su pecho;
y habla, y oyéndola estoy:
sus voces a mis oídos
llegaban como silbidos
de serpiente: «Sí, me voy
de caza; a París después;
que no me olvidéis, señores!»
Y torpes aduladores,
en tono dulce y cortés,
«Divina, sublime, brava»,
y hasta «diosa», le decían:
¡Parece que la aplaudían
por lo bien que me mataba!
¡Ah, no! Ricardo no irá
con esa mujer… ¡Dios santo!
¡Y si a pesar de mi llanto
y de mis ruegos se va!
¡Si detenerle no puedo!…
¡Ay! al pensarlo, Dios mío,
penetra en mi pecho el frío
del desamparo y el miedo (Pausa).
¡Qué triste será el momento
en que muestre la experiencia
que ya perdió su influencia
el amor… que el blando acento,
la queja que amor indica
y que al orgullo suspende,
el enojo que reprende,
la mirada que suplica,
las sonrisas, las memorias
del amor recién nacido,
las armas que han conseguido
tantas, tan dulces victorias,
dejan, perdiendo su encanto,
el alma desamparada,
y ni alegra la mirada,
ni causa dolor el llanto,
ni conmueve el corazón
la voz que lo hizo vibrar!…
¡Qué pena debe causar
tan amarga convicción!
(Procura sosegarse).
¿Por qué me atormento así,
cuando acaso mi recelo?…
Siento pasos… Él…
(Dirigiéndose al fondo).
ESCENA VII
FERNANDO Y CONSUELO
FERNANDO.
¡Consuelo!…
CONSUELO.
¡Tú, Fernando!
FERNANDO.
Yo.
FERNANDO.
¡Tú aquí!
¿Qué pretendes? ¿Qué reclamas?
¡Tú en mi casa, y a estas horas!
¿En mi casa?
FERNANDO.
¿Pues ignoras
la ocasión? ¿Pues no me llamas?
CONSUELO.
¿Que yo te llamo?
FERNANDO.
¿Es fingida
la carta que recibí? (La saca).
¿Tú no has escrito?…
CONSUELO.
¡Sí, sí!…
¡Ah, qué infamia! ¡Soy perdida!
¡Vete!
(Fernando muestra de nuevo la carta).
Sí, yo la tracé;
pero fue, Dios es testigo,
porque a Ricardo contigo
darle celos intenté,
Delante de él la escribía,
y escribí de esa manera,
sólo para que él la viera.
¡Y el infame te la envía!
¡Huye por Dios!… Su maldad
sin duda un lazo me tiende.
¡Con mi deshonra pretende
conquistar su libertad!
FERNANDO.
(¡Celos! …)
CONSUELO.
Márchate, y no des
lugar a tan vil intento.
FERNANDO.
(¡Conmigo!)
CONSUELO.
¡Vete al momento!
(Pausa corta),
¿No te vas?(Fernando la mira con
feroz, coge una silla, y se sienta).
¿Qué haces?
FERNANDO.
Ya ves.
CONSUELO.
¿Qué es esto? Vida y honor
arriesgo… Sal de mi casa:
(Con voz angustiada y suplicante).
¡Cada momento que pasa
hace el peligro mayor;
y tanto, que pienso ya
que se aproxima Ricardo,
que aparece!…
FERNANDO.
Aquí lo aguardo.
CONSUELO.
¡Fernando!…
FERNANDO.
¡Aquí me hallará!
CONSUELO.
Di, ¿qué proyecto enemigo
alimentas? ¿Por qué agravas
mi mal?
FERNANDO.
Por eso me hablabas
con amor… ¡Celos conmigo!
CONSUELO.
¿No te mueve mi aflicción?
¿No ves mi angustia?
FERNANDO.
Sí, sí;
y ya es razón que por mí
sufras algo; ya es razón.
¡Yo padecí de mil modos;
Yo solo, solo i…y oscuro …!
¡Mas lo que es hoy, te aseguro
que habrá penas para todos!
CONSUELO.
¿Vienes?…
FERNANDO.
Vengo…
(Se contiene)
a realizar
como siempre, tu capricho.
¿No quisiste, tú lo has dicho,
por mi medio despertar,
estimular la dormida
alma de tu esposo amado?
¿No es esto?… ¡Pierde cuidado!
Tú quedarás complacida.
CONSUELO.
¿Qué me anuncia ese sosiego
aterrador que comprime
mi espíritu?
FERNANDO.
Pero dime:
Cuando empezaste por juego
a fingirme afecto…
CONSUELO.
(¡Ay triste!…)
FERNANDO.
¿No te advirtió el corazón
la odiosa profanación
que intentabas? ¿No temiste
resucitar con tu engaño
esperanzas malogradas,
promesas que reiteradas
mil veces, año tras año,
de tu boca fementida
de alma absorta escuchó?
CONSUELO.
Yo no debo…
FERNANDO.
¿No tembló
tu mano al tocar mi herida?…
¿No sentiste el desconcierto,
el espanto repentino
que hasta siente el asesino
en la presencia del muerto?
CONSUELO.
Soy honrada… No me es dado
defenderme, aunque condenes…
(Mira a la puerta del foro).
Si tienes alma, si tienes
conciencia…
FERNANDO.
¿Me la has dejado?
Era mi único sostén
en mi desamparo triste;
pero tú no consentiste
que me quedara ese bien;
y por juego y de pasada
aniquilarlo dispones:
dos palabras, dos renglones
de tu mano, una mirada…
¿No es verdad? ¡Con falso halago
matan la voz del deber,
para que en todo mi ser
fuera completo el estrago!
¡Y a un hombre mi mano di
con pérfido pensamiento!
¡Y presté consentimiento
al crimen! ¡Y estoy aquí!
¿Hay más plagas que derrame
tu ingratitud en mi pecho?
¿Qué hiciste de mí? ¿Qué has hecho
de mi probidad? ¡Infame!
¡Infame!
CONSUELO. – (Con imperio).
¡Vete!
FERNANDO.
¡Si aquí
la venganza me detiene!
Pero ¿no viene…. no viene
tu Ricardo?
CONSUELO.
¿Intentas?…
FERNANDO.
Sí…
En su rostro he de estampar
la expresión de mis enojos.
La sangre a tus propios ojos
ha de correr, y manchar
esa riqueza, este tren,
precio vil de tu falsía.
CONSUELO.
¡Madre…! (Gritando)
FERNANDO.
¡Calla!
CONSUELO.
¡Madre mía!
ANTONIA. -(Dentro).
¡Hija!…
CONSUELO.
iSocórreme!… ¡Ven!
Ver vida y obra de Adelardo López de Ayala
Deja una respuesta