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Cáceres, 1824-Madrid,1878.
Antonio Hurtado es un escritor y político extremeño que presenta gran parecido con su coetáneo y amigo López de Ayala.
Nació nuestro autor en Cáceres el 11 de abril de 1824 y allí vivió durante su infancia y adolescencia. No era muy buen estudiante y abandonó pronto el Real Colegio de Humanidades de Cáceres. Esto le hizo arrastrar toda su vida algunos errores de ortografía y sintaxis, aunque no le impidió conocer bien nuestra literatura, especialmente a nuestros clásicos, como se ve en sus escritos, y producir una abundante obra.
Su familia era más bien pobre y no tenía tradición literaria, pero él empezó pronto a escribir y con dieciséis años publicó algunos poemas en la prensa cacereña.
Sus primeras obras son de carácter romántico y llenas de tópicos, como la novela El Velludo. Un cuñado de Donoso Cortés lo lleva a Madrid y lo coloca en el periódico Español, donde empieza su labor periodística y continúa con la literaria (publica algunos poemas de tema extremeño como Hernán Cortés y A Mérida).
Con treinta y cinco años entra en política y es nombrado Gobernador Civil de Albacete y después de Jaén y Barcelona. Se sabe que en Barcelona actuó con gran humanidad en la epidemia de cólera en la que él mismo se contagió y de la que no se recuperó nunca.
Desde 1868 hasta 1875 sigue con su labor política y literaria, es diputado en las cortes de Cádiz y senador en Puerto Rico y publica algunas obras como Madrid dramático, así como zarzuelas y traducciones del francés.
En 1875 le nombran consejero de estado y permanece en ese puesto hasta su muerte el 19 de junio de 1878. Fue un hombre bueno y muy amigo de sus amigos, entre los que contaba a López de Ayala, Núñez de Arce o el músico Arrieta.
Hurtado fue un autor que escribió abundantes obras, con las que practicó todos los géneros literarios de su época. Su obra se encuentra situada en un periodo de transición entre el Romanticismo (leyendas, cuadros de costumbres, drama histórico) y el Realismo (alta comedia, novela casi realista). Dentro de su obra poética, tiene colecciones de leyendas, como Madrid dramático y el Romancero de Hernán Cortés; y otras obras de estilo variado, entre las que podemos reseñar las de inspiración popular, como el poema Corazones y arroyos o Al amanecer. Se incluyen en este grupo sus Cantos a la virgen de la Montaña, dedicados a la patrona de Cáceres.
Corazones y arroyos, de Antonio Hurtado.
No te enamores, niña,
no te enamores:
mira que son arroyos
los corazones;
que de pasada,
suspiran, piden, logran,
y al fin escapan.
Y en vano es oponerles
grillos de oro,
que son los corazones
cual los arroyos:
luchan y bregan
hasta que el dique rompen
que los sujeta.
Festivo el arroyuelo
baja del monte,
y a oponérsele salen
guijas y flores;
repara, niña,
cómo el arroyo salta
flores y guijas.
Corazones y arroyos
van fugitivos;
no quieras detenerlos,
cariño mío;
que de pasada,
suspiran, piden, logran,
y al fin se escapan.
Como poeta es un autor conocedor de los metros clásicos y realiza innovaciones métricas; su vocabulario es a veces retórico y culto y otras, ramplón y simple. Sus mejores obras son las de estilo popular.
En su obra dramática encontramos comedias de costumbres, como La verdad en el espejo (1851), que presenta un enrevesado problema amoroso y se desarrolla en la corte; y La voz del corazón (1867), obra sentimental y llena de equívocos. También fue autor de dramas históricos, como El anillo del rey (1852), que participa de los rasgos del drama calderoniano, pero sin el desenlace trágico de éste; y de otras obras escritas en colaboración con Núñez de Arce, como Herir en la sombra; y en especial La maya (1869). Además llevó a cabo adaptaciones y traducciones del francés como El matrimonio secreto, basado en una obra de Alejandro Dumas; y escribió zarzuelas, como Entre dos aguas, Gato por liebre o El sonámbulo.
En su obra en prosa, practicó el cuadro de costumbres, con títulos como Las mañanas del Retiro y Una noche en el circo; y la novela, género en el que encontramos una de sus obras más representativas, Corte y cortijo.
Las mañanas del Retiro, de Antonio Hurtado.
Fragmento
Era maravilloso tender los ojos y descubrir al través de las hojas la sombra de una niña fugitiva: era encantador oír al pasar entre la espesura palabras vagas, risas comprimidas, y ecos parecidos a los suspiros. Un poeta alemán hubiérase figurado estar en la mansión de las hadas, y hubiera creído que la niña corría detrás de una mariposa de oro, que aquellas palabras vagas eran notas musicales, y que las risas y los ecos eran gemidos del viento. Pero yo que no soy poeta, y mucho menos alemán, empecé a traducir aquellas correrías y aquellas palabras y aquellos ecos, fijando la atención en todo, con esa atención no de un filósofo, sino de un cirujano anatómico.
Un hombre solo apenas hace bulto, y cuando el hombre se mete entre los árboles el apenas está de más; las pisadas de un hombre no causan mucho ruido, pero cuando hay hojas que se mueven, pájaros que cantan, niñas que corren, parejas que hablan y suspiran, las pisadas de los hombres tienen eco, no suenan. Así es que fiado en estas dos verdades me deslicé por entre los árboles, y vi; como los árboles y las paredes de césped no son un gran dique que digamos, abrí los oídos y escuché.
Y lo primero que vi fue a una señora, antigua conocida mía, que acababa de encontrarse por casualidad con un joven de buena traza que llevaba un ramo de rosas en la mano.
-«¿Vd. por aquí, amigo mío? dijo la dama; «no le creía a Vd. aficionado a las flores … ».
-«Ha creído Vd. muy mal, señora. Me muero por una rosa».
La dama se sonrió con orgullo, y yo dije para mí: «comprendo el equívoco: no todas las rosas tienen espinas».
-«¿Ha venido Vd. sola?»… continuó el joven.
-«Sola enteramente, no».
-«Perdone Vd. No había visto al buen justo».
Justo era el lacayo que caminaba a cierta distancia, llevando la sombrilla de la señora.
-«¿Y el esposo? ¿Lo deja Vd. en la cama? … ».
-«Salió ayer tarde para el Escorial… va por quince días».
-«Si no le es a Vd. molestia mi compañía … ».
-«No, hijo mío, con mucho gusto» exclamó la dama cogiéndose del brazo del joven». Pasearemos hasta las doce y si Vd. no tiene inconveniente almorzará conmigo … ».
El joven se inclinó graciosamente, y yo seguí mi camino deseando tropezarme con alguna casualidad parecida. Desgraciadamente, para mí, todas las rosas tienen espinas.
Corte y cortijo (1870) según la crítica es la mejor obra en prosa de Valhondo y fue premiada por la Real Academia Española. Como dice su subtítulo es una novela de costumbres contemporáneas. En ella compara las costumbres de la corte con las de la aldea. La obra está compuesta por un núcleo epistolar y un conjunto de narraciones y diálogos. Contiene aspectos críticos sobre las clases sociales, el voto electoral, la situación de los emigrados; e insiste especialmente en la educación de la mujer española.
Corte y cortijo, de Antonio Hurtado.
Fragmento
Al día siguiente, el gobernador, vestido de uniforme, ostentando un calvario completo en el pecho, llevando del brazo a Carolina, y seguido de D. Justo, del alcalde, del médico y de los demás personajes que formaban su comitiva, penetró en la escuela del pueblo, a cuya puerta salieron a recibirle Claudio, su padre y media docena de chicos, engalanados con los trajes de los días de fiesta. La escuela estaba adornada de flores, y la mesa presidencial rodeada de una multitud de sillones de baqueta magníficamente charolados por el uso.
Instalóse el senado en forma de tribunal, y en la parte más culminante ocuparon sus respectivos asientos el ilustre gobernador y la bella Carolina. El bueno del maestro, preocupado y aturdido con semejante solemnidad, deseando no incurrir en faltas de atención, inclinándose ante el gobernador, saludando al alcalde respetuosamente, sonriendo de la mejor manera a D. Justo, y estrechando las manos con efusión al cura y al médico, se olvidó en la ocasión crítica del discurso que había preparado la noche anterior para inaugurar el acto. Y cortado y conmovido, como es de suponer, permaneció de pie delante de la mesa por espacio de cinco minutos, durante los cuales se hubiera podido oír clara y distintamente el revoloteo de una mosca. Inútil es decir que el extremo de la sala estaba ocupado por las familias más notables del pueblo, cuyos vástagos iban a jugar un papel importantísimo en el acto de la visita. El maestro, después de toser varias veces, y de estirarse el chaleco con una insistencia digna de mejor causa, procuró calmar los apresurados latidos de su corazón; y dando a su voz la inflexión más grave y campanuda que pudo hallar en la escala de los sonidos, exclamó:
– Ilustrísimo señor. A esta voz, que pudiéramos llamar preventiva, la concurrencia se agitó con curiosidad y alargó los oídos cuanto pudo.
-¡Ilustrísimo señor!… volvió a repetir el maestro, buscando el principio de su discurso.
Y aquí el gobernador, que había estado distraído y ocupado en dirigir algunas frases galantes a Carolina, fijó sus ojos en el orador, el cual acabó por desconcertarse completamente al sentirse objeto de la atención suprema del que tenía en aquellos momentos en sus manos el porvenir de su destino.
– Ilustrísimo señor, balbuceó por fin el bueno del pedagogo: la emoción de que me siento poseído me embarga la voz; quisiera ser más elocuente que Demóstenes en estos momentos; pero no encuentro palabras bastantes para expresar la gratitud que rebosa en mi alma por el alto honor que en esta ocasión recibo, y que apenas me permite decir: – Ilustrísimo señor, ahí está la juventud de este pueblo: sondead a vuestro antojo esas tiernas almas, esperanzas del porvenir; en ellas descansa la felicidad futura de la patria; ellas acabarán la gran obra comenzada por nuestros mayores, y darán a esta nación días de prosperidad y de gloria. Si al someterlas a la piedra de toque de vuestro ilustrado y superior criterio las encontráis fuertes en la doctrina cristiana y en el conocimiento de las obligaciones del hombre, y en las nociones de la Historia sagrada, y en las reglas de la aritmética y de la Gramática castellana, creed, ilustrísimo señor, y gozoso con vuestra elevada aprobación, me juzgaré sobradamente recompensado de los ímprobos desvelos que me ocasiona la enseñanza. He dicho.
Madrid Dramático (1870) es una colección de leyendas. Se trata de cuadros de costumbres de los siglos XVI-XVII, como dice el subtítulo de la obra. Las leyendas están compuestas casi todas en romance y en ellas el poeta hace desfilar a famosos personajes de esa época como Cervantes, Lope de Vega o Quevedo. Según algunos críticos este conjunto es tan valioso como las leyendas de Zorrilla o el Duque de Rivas.
El Romancero de Hernán Cortés (1904) fue la obra de Hurtado Valhondo que más tarde se editó, aunque algunos de los romances ya habían aparecido antes en el Semanario Pintoresco Español a partir de 1855. Es un conjunto de veintinueve romances sobre la vida del conquistador, que se ajustan mucho a su realidad histórica.
Romancero de Hernán Cortés, de Antonio Hurtado.
Fragmentos
(ROMANCE XV, «LA BATALLA DE TLASCALA», BATALLA QUE TUVO LUGAR EN EL MES DE SEPTIEMBRE DE 1519, Y FUE EL PRIMER GRAN ÉXITO DE ARMAS QUE OBTIENE EL EXTREMEÑO TRAS LA LEGENDARIA QUEMA DE LAS NAVES Y SU INCURSIÓN EN EL INTERIOR DE MÉJICO):
Erguidos, como peñascos
que en medio un monte descuellan,
siendo pedestal de nubes
y escándalo a las tormentas,
la señal de la embestida
los bravos indios esperan;
que es su regalo el combate,
y es su gloria la pelea.
A la luz del sol, que asoma
tras las empinadas crestas
del horizonte lejano,
que el manto del cielo besan,
parece aquel campamento
un ancho mar de cabezas,
cuyas ondas de colores
saltan, se empujan, se aprietan,
van, vienen, corren, se agitan,
se alborotan y condensan,
reverberando mil luces
cuando en la playa se estrellan.
De pronto los atabales
de combatir dan la seña,
y una sorda gritería
la región del aire llena.
Cúbrese el cielo de polvo,
silban las agudas flechas,
y de las hondas, zumbando
salen un millón de piedras,
que al dar sobre las corazas
compasadamente suenan,
como en los tersos cristales
el granizo martillea.
(ROMANCE XXI, «DOÑA MARINA A HERNÁN»: LA MÁS FAMOSA DE LAS AMANTES DE CORTÉS, DOÑA MARINA O «LA MALINCHE» ADVIERTE AL HÉROE DEL PELIGRO QUE PUEDE SOBREVENIRLE SI SE ENFRENTA CON EL FUERTE Y BRAVO MOCTEZUMA).
Escucha: en medio el combate,
¿no has visto acaso un guerrero
de gigantesca estatura,
cuya mirada es de fuego,
cuyas plantas son de bronce,
cuyos brazos son de acero?…
¿No le has visto en la pelea
siempre lanzarse el primero,
iracundo como el tigre,
de espuma y sangre cubierto,
a los suyos azuzando
con ronco y temible acento?…
¿Sí?… pues por mi amor te pido
que evites, Hernán, su encuentro,
que siempre ha seguido el rayo
al estampido del trueno.
Húyele, Hernán, por tu vida,
porque a su empuje tremendo,
siempre de los altos montes
se ha estremecido el asiento.
Ese caudillo valiente,
tan valiente como fiero,
que hoy es la sola columna
en que se afirma el imperio,
sé que ha jurado tu muerte,
porque le matan los celos.
Amábame desde niño
con un amor tan violento,
que hasta del sol envidiaba
los purísimos reflejos,
y al aire que mansamente
jugaba con mis cabellos.
Mil veces, cuando la luna
surcaba serena el cielo
y en las entrañas del monte
sonaba confuso el eco
del rugido de algún tigre,
que cruzaba el bosque, hambriento,
le vi apoyado en su maza
con el corazón sereno,
en frente de la cabaña
do pasé mis años tiernos.
Y allí, en las ramas de un árbol
elevado y corpulento,
en prueba de sus amores
colgaba, como trofeos,
pieles de tigre vencidos,
mudas pruebas de su esfuerzo.
Los Cantos a la Virgen de la Montaña (1859) son un conjunto de seguidillas con bordón, todas dedicadas a expresar la devoción popular a la patrona cacereña, y puestas en boca de diversos personajes -animados e inanimados- que demuestran idéntico deseo de venerar a la citada Virgen. La lectura devota de este libro concedía cien días de indulgencias.
La Virgen de la Montaña, de Antonio Hurtado.
Fragmentos
[Canto del peregrino]
La Virgen que yo adoro
santa y bendita,
entre breñas y riscos
tiene su ermita.
Y en la alta loma,
parece el casto nido
de una paloma
[Lo que dicen las flores]
Recibe nuestra ofrenda,
casta paloma,
que Dios para servirte
nos da el aroma.
Bendita esencia,
que así perfuma el vaso
de tu inocencia
[Lo que dicen las aves]
Para ensalzar tu gloria
con blandos trinos,
Dios hace que cantemos
sones divinos;
que en raudo vuelo
a aprenderlos subirnos
cerca del ciclo.
[Lo que dice el río]
Yo cumpliendo las leyes
de mi destino,
bordo con plata y perlas
tu pie divino,
y transparente
vengo a ser el espejo
de tu alba frente.
[Lo que dice el viajero]
Llévame, Virgen mía
de la Montaña,
al hogar sosegado
de mi cabaña;
donde me espera
llena de sobresalto
la compañera.
[Lo que dicen los labradores]
Nada importa la pena,
nada el quebranto,
si la Virgen me acoge
bajo su manto:
nada me daña
si me ampara la Virgen
de la Montaña
[El soldado que se marcha a la guerra]
Por la encrespada cima
de Miravete
reluce de un soldado
limpio el mosquete.
¿Qué es lo que mira,
que llorando de pena
reza y suspira?
Es que a la luz que vierte
tibios reflejos
aun divisa la ermita
lejos, muy lejos.
¡Ay! no se engaña:
la ermita es de la Virgen
de la Montaña.
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